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EL COMERCIO: RUTAS COMERCIALES Y PUERTOS
JOSÉ PÉREZ BALLESTER
Departament de Prehistòria i Arqueologia. Universitat de València
COSTAS, PUERTOS Y FONDEADEROS
Costas. Como ha explicado bien P. Carmona más arriba, las costas valencianas entre el Ebro y el
Segura presentan aparentemente unas características poco aconsejables para las instalaciones portuarias. Es un litoral muy dinámico donde predominan las costas bajas y abiertas, formadas por
aportes aluviales de los ríos Millars, Palància, Túria, Xúquer, Vinalopó y Segura; depresiones y hundimientos costeros que dan lugar a numerosas zonas inundadas, lagunas, marjales, que se cierran
total o parcialmente al mar debido a las aportaciones de sedimentos precisamente de los ríos antes
mencionados, formando barras o restingas; y ocasionalmente, costas acantiladas que no permiten refugio alguno (Serra d’Irta, cabos de S. Antonio y la Nau, etc.).
Rutas de navegación y cargamentos. Los escasos pecios detectados en nuestras costas con cargamentos homogéneos nos hablan de rutas directas desde portus como Puteoli-Nápoles y posiblemente Gades, con cargamentos de vino y salazón de pescado hacia puertos como Saguntum y Dianium. Pero no
era fácil acceder hasta aquí por la falta de zonas resguardadas y de lugares con instalaciones suficientes para garantizar una carga y descarga cómoda. Además, y gracias a los estudios de Ruiz de
Arbulo, conocemos los problemas que tenía la navegación al abordar el litoral valenciano. Así, se
aconseja evitar siempre el Golfo de Valencia desviándose hacia Ibiza, ya se proceda del norte o del
sur del Mediterráneo y se señala como zona peligrosa el Cabo de San Antonio si se navega hacia el
sur de la península Ibérica. J. Molina llega a hablar de una zona de separación de influencia marítima (Carthago Nova y Tarraco) situada entre los cabos de San Antonio y de la Nau, debido a las turbulencias, mezcla de corrientes y vientos que se producen en el área.
Desde Italia, se alcanzaban nuestras costas por el peligroso aunque directo estrecho de Bonifacio,
debiendo luego pegarse las naves a las desprotegidas costas valencianas para llegar al destino elegido; también se podían alcanzar por el sur de Sicilia y de Cerdeña, para llegar por Ibiza o bien directamente a las costas alicantinas. Desde el estrecho de Gibraltar o Gades se debía seguir la corriente
hacia el este, subir a Ibiza y de allí bajar hacia las costas alicantinas. Dianium, situada al norte del
cabo de San Antonio y desde donde se ve Ibiza en días claros se revela junto al Grau Vell de Sagunt,
como uno de los puntos de atraque más interesantes de la costa valenciana en época romana.
La ruta preferente que llevaba nuestros vinos a la Roma imperial hacía que los barcos bordeasen
por el sur el archipiélago balear, al resguardo de los vientos de N y NE y alcanzasen el estrecho de
Bonifacio, para bajar luego hacia Ostia.
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Rutas comerciales marítimas. [Tratamiento gráfico A. Sánchez].
A través de ellas se comercializaron el vino, el aceite y las salazones de pescado entre los puertos de la costa
valenciana y las principales ciudades romanas del Mediterráneo Occidental, entre los siglos III a.C. y III d.C
(elaboración propia a partir de Ruiz de Arbulo y Díes Cusí).
Pero estos importantes condicionantes náuticos de vientos y corrientes afectarían sólo a los grandes navíos que efectuaban rutas mediterráneas de altura, conectando portus de primer orden como
Gades, Ostia, Narbo o Tarraco. Sin embargo, el tradicional conocimiento de las costas mediterráneas
por parte de los expertos navegantes que las recorrían habitualmente, hacía que la navegación de cabotaje entre lugares costeros alejados una media de entre 100 y 200 km, pudiese dar lugar a una red
de intercambios comerciales que conectaban todo el territorio valenciano y a éste con áreas colindantes como Ibiza, Laietania, Carthago Nova, etc. Utilizarían para ello embarcaciones de menor calado,
transportarían cargamentos heterogéneos y realizarían trayectos que podían ir de puerto principal a
puerto secundario, o de secundario a secundario, como ha demostrado X. Nieto con el estudio del
pecio de Culip IV.
Estamos lejos sin embargo de agotar el conocimiento sobre las redes locales y regionales de transporte marítimo en época romana; cada nuevo pecio, cada fondeadero científicamente estudiado, nos
abre nuevas posibilidades de interpretación de unas rutas comerciales que en aquella época fueron
tan vitales para nuestros antecesores como ahora lo son los ferrocarriles o las autopistas.
El Portus. El concepto de Portus es para los especialistas, que se apoyan en la definición vitruviana de limén kleistós, un lugar cerrado abrigado de los vientos dominantes, capaz de albergar de-
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pósitos en donde almacenar variadas mercancías (horrea), con posibilidad de reparar o construir embarcaciones (navalia), disponer de una zona comercial (emporium) o acoger grandes naves comerciales (oneraria) en una dársena a menudo artificial. Pero además de esta definición ‘arquitectónica’
existe otra más social y comercial, según la cual es un lugar enclavado en el marco de circuitos comerciales marítimos, de rutas en las que el portus es lugar de recepción y exportación de mercancías.
Éstas, procedentes de su territorio o de lugares más lejanos, son luego redistribuidas a puertos ‘secundarios’ de su entorno que podrían corresponder al término statio, o bien llevadas en viajes directos o con escalas técnicas a otros portus que tendrían igualmente el carácter de ‘principal’ con respecto a su zona de influencia. Un portus debe ser capaz también de admitir grandes naves con cargas
principales procedentes de otros portus mediterráneos.
Pero no debemos olvidar una matización importante: el portus, aún disponiendo de una completa infraestructura portuaria, puede perder su categoría de principal a lo largo de la historia debido a cambios políticos, estratégicos o comerciales. Así ocurrió con la dependencia mutua entre
Massalia y Narbo, la de este mismo portus y Emporion, Emporion y Tarraco y también entre algunos de
los puertos del territorio valenciano.
Vista aérea del Grau Vell de Sagunt.
El yacimiento de sitúa en la parcela triangular junto al mar. Las excavaciones y estudios dirigidos por la profesora C. Aranegui han confirmado su importancia
como principal infraestructura portuaria
de la zona entre los siglos V a.C. y IV d.C.
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Pecio de «Bou Ferrer». La Vila Joiosa, Alicante. [Fot. Museo Municipal d’Arqueología i Etnología, la Vila Joiosa]
Con un cargamento de ánforas hispánicas del siglo I y bien conservado, fue descubierto recientemente y es
uno de los yacimientos subacuáticos más prometedores del País Valenciano.
En el Mediterráneo, y para la época en la que nos encontramos, El Pireo, Alejandría, Puteoli, Ostia-Roma, Narbo, serían portus de primera magnitud y con carácter de ‘principales’. En Hispania, Gades, Carthago Nova, Tarraco, Emporion y seguramente Saguntum, fueron durante todo el período o en
distintos momentos, portus principales en los circuitos mediterráneos y peninsulares.
La ausencia de protecciones o barreras naturales contra los vientos y temporales, así como la falta de
capacidad logística para la construcción de grandes infraestructuras portuarias, es habitual en Hispania;
es verdad que sí las encontramos en los grandes portus como Emporion, como demuestra el reciente descubrimiento de su dársena de época prerromana, y el conocido muelle de época republicana; Tarraco, con
un espigón que penetraba en el mar, que fue derruido no hace muchos años; o Carthago Nova, con epigrafía y dibujos antiguos que nos hablan de muelles construidos sobre arcos en su dársena natural.
Puertos en el territorio valenciano. Infraestructuras. En las tierras valencianas y atendiendo a las infraestructuras portuarias, destaca el Grau Vell de Sagunt, donde existe un posible espigón o muelle construído denominado ‘Trencatimons’ hoy sumergido, un torreón defensivo más antiguo y algunas estancias alargadas, presumible utilizadas como almacenes ya en época tardorromana. Recientes
trabajos subacuáticos realizados por Carlos De Juan, parecen indicar la existencia de un gran espigón
de más de 100 m de longitud. En Valentia mencionamos un posible horreum en las cercanías de su embarcadero fluvial, dotado además de unas escaleras de acceso a la ribera. En la zona portuaria de Dianium conocemos estructuras alargadas de almacenaje en batería y edificaciones semejantes se encuentran también frente al fondeadero de la Platja de La Vila Joiosa y en el Portus Ilicitanus (Santa Pola).
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Otras construcciones, relacionadas con actividades industriales o artesanales son más frecuentes
en las proximidades de los puertos: factorías de salazón, canteras, talleres de fabricación de ánforas,
etc., y se documentan en muchos de nuestros enclaves portuarios.
Ubicación. La falta generalizada de estructuras de protección como muelles, espigones, etc, hizo
que las zonas portuarias valencianas se localizasen y organizasen según criterios de optimización de
las condiciones costeras.
Así, en Cullera (¿Portus Sucronem?) y quizás en Calpe se aprovecharía la existencia de una península o promontorio saliente para su utilización como embarcadero o varadero, al abrigo de los predominantes y peligrosos vientos del E y NE; en Dianium, la ensenada portuaria varía su emplazamiento
según la fuerte dinámica costera de las barras arenosas, teniendo como única protección el afloramiento de barras rocosas paralelas a la costa, que ayudan a romper el oleaje de los temporales; el Grau
Vell de Sagunt, instalado sobre una restinga fósil, utilizó seguramente una laguna interior para proteger naves de pequeño calado y poder acceder a la ciudad de Saguntum por vía terrestre; en Valentia, el
acceso a la ciudad por vía fluvial se lograba por el sur con el paso al Turia de embarcaciones de poco
calado a través de las golas abiertas en la restinga de L’Albufera, entonces más próxima a la ciudad; y
por el norte con el sistema que luego veremos de fondeaderos externos, que estaban situados frente a
las actuales playas de La Malvarrosa y El Cabanyal. En Altea, se aprovechó la existencia de una barra
entre la isla de L’Olla y la costa; en El Tossal de Manises (Lucentum) se utilizó la ensenada existente al
pie del asentamiento, una antigua laguna contigua al mar (L’Albufereta); y el Portus Ilicitanus aprovechó una ensenada interior, protegida por el cabo de Santa Pola de los vientos dominantes de N y NE.
Principales puertos documentados. Saguntum. Los trabajos de C. Aranegui han contribuido mucho a
desvelar el papel de Arse-Saguntum y su puerto, el Grau Vell, que debió ser un importante portus o
mejor un emporion entre los siglos V y II a.C. en relación con el oppidum ibérico de Arse y su territorio,
pero también con el entorno costero próximo. Entre los siglos IV a.C. y V d.C., funcionó como un importante portus para un territorio más amplio, que incluiría las tierras comprendidas entre el río Millars y Puçol y hasta Jérica, en el Alto Palancia, por el interior. Los fondos bajos y arenosos, sujetos a
la acción de la dinámica marina superficial y a los fáciles saqueos y expolios, han facilitado con toda
seguridad la desaparición de pecios en el entorno del Grau Vell de Sagunt, entre Canet d’en Berenguer y Puçol, que serían testimonio de una navegación de altura y bajura que sólo conocemos por
los abundantes restos materiales (ánforas, vajilla cerámica, monedas) que se encuentran en Saguntum
y su territorio. Los recientes trabajos de documentación subacuática y terrestre auguran importantes
descubrimientos para el puerto de Saguntum.
Valentia. Situada a orillas del Túria, a 1’5 km del mar en época romana, los aterramientos debidos
a los enormes aportes sedimentarios del río en su desembocadura han provocado el retroceso de la
línea de costa actual alrededor de 1 km, y una subida del nivel del suelo de varios metros en la ciudad y su entorno. Esto hace imposible, como bien ha escrito A. Ribera, documentar resto alguno de
estructuras relacionadas con un puerto o embarcadero, pues deben encontrarse bajo varios metros
de sedimentos como ha ocurrido en otros lugares con dinámica fluvial parecida como en el yacimiento de San Rossore de Pisa.
La procedencia itálica de la mayor parte de las ánforas, vajilla de mesa y cocina de Valentia en época
republicana, demuestra el origen y las costumbres itálicas de sus pobladores, que recibieron suministros regulares sobre todo de Campania, pero también de Etruria y el Adriático. La existencia en la ciudad de importantes horrea en época republicana y altoimperial, ha hecho pensar a Ribera que estaríamos ante un importante centro comercial a escala regional, que llevaría todo el peso de la
comercialización y distribución de los productos itálicos, púnicos o del área del Estrecho en su entorno.
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Sección transversal de la estiba o disposición de la carga de ánforas en la bodega de una nave oneraria romana,
según Bost y otros. [Tratamiento gráfico A. Sánchez a partir de publicación].
El dibujo está basado en la reconstrucción del pecio de ‘Cabrera III’, publicada por Bost y otros autores,
una nave que transportaba aceite bético y tripolitano, aceitunas y salazones de pescado lusitanas desde Cádiz hacia Roma, a mediados del siglo III.
Es interesante constatar que junto a las modestas infraestructuras portuarias fluviales detectadas recientemente en la ciudad, el funcionamiento de los fondeaderos de El Saler y Malvarrosa-Cabanyal, se inicia o reactiva respectivamente hacia la mitad del siglo II a.C., coincidiendo con la fundación de la ciudad.
Dianium. En las proximidades de Dianium se han documentado recientemente varios pecios con
cargamentos homogéneos de procedencia itálica fechables en el tránsito de los siglos II-I a.C. (ánforas
Dressel 1), augusteos, o altoimperiales con cargamento de ánforas vinarias Dressel 2-4 de origen local (L’Almadrava), o con ánforas de salazón Dressel 7-11 de procedencia bética (Bou Ferrer). Este hecho, junto a la existencia de las infraestructuras portuarias antes mencionadas, apoya la posibilidad
de que estemos ante un portus importante que redistribuiría las cargas que le llegaban directamente
al menos desde las zonas de producción itálicas y béticas, además de los productos de la cercana
Ebusus, especialmente en época republicana y altoimperial.
Para el territorio ilicitano, parece que los puertos de Tossal de Manises (Lucentum) y Portus Ilicitanus se reparten la hegemonía en la llegada y redistribución de productos mediterráneos, si atendemos a los distintos estudios realizados sobre sus ánforas. El Tossal de Manises importante en época
tardorrepublicana (donde además en 1933 Figueras Pacheco encontró restos de una embarcación púnica o romana) y el Portus Ilicitanus en época imperial.
Fondeaderos. Embarcaderos de madera como los que existían en el propio Puerto de Valencia
hasta el siglo XIX, o varaderos en la playa, constituirían los lugares habituales de acceso a tierra de las
pequeñas embarcaciones.
¿Qué ocurría con la posible llegada de grandes naves onerarias? ¿y con los lugares de nuestro territorio que no podían disponer de unas mínimas condiciones para la instalación de embarcaderos?
▲
Los trabajos e investigaciones tanto subacuáticas como en tierra de A. Fernández Izquierdo,
C. Aranegui, F. Arasa, A. Ribera, A. Espinosa y otros, han documentado la frecuencia de otra modalidad de aproximación naval a la costa: los fondeaderos. Son lugares situados en mar abierto, a menudo sin protección natural, ubicados frente a las desembocaduras de ríos y barrancos de escaso
caudal, pero que constituyen vías de acceso al interior del territorio. También los encontramos frente
a las restingas y barras que cierran parcialmente aquellas zonas bajas lacunosas, a veces albuferas,
que además de constituir un buen refugio para naves de menor calado permiten igualmente el ac-
Puertos, fondeaderos y playas de varado utilizados en época romana en el litoral del actual País Valenciano. [Tratamiento gráfico de A. Sánchez].
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ceso al interior y a menudo contienen manantiales (ullals) por lo que son aptos también para el aprovisionamiento de agua dulce.
Se sitúan a una distancia de la costa que oscila entre 250 m y 1.000 m aprovechando la existencia,
a profundidades de entre 4 y 20 m, de unas barras rocosas paralelas a la costa, seguramente antiguas
restingas o incluso dunas fósiles, que permiten el fondeo de embarcaciones de gran calado. El hallazgo de ánforas, cerámicas y cepos de plomo de una amplia cronología y la casi total ausencia de
pecios, abogan por este modelo de aproximación costera que conocemos como fondeadero.
Entre el Ebro y el Palància hallamos fondeaderos frente a las desembocaduras de los ríos Sec, Millars, y el Barranc d’Aiguaoliva, así como en las proximidades de depresiones inundadas con presencia de aguas dulces o en llanuras litorales como en Alcossebre, Cabanes, Oropesa, Benicàssim, Onda,
etc, desde donde en muchos casos parten caminos que cruzan perpendicularmente las planas castellonenses, salvan las sierras paralelas a la costa y llegan a las comarcas más interiores. La existencia
junto al mar en la zona de Cabanes, Burriana y Onda de importantes asentamientos de funcionalidad casi exclusivamente comercial en época republicana (La Torre d’Onda, La Torre de la Sal) nos
marca la posibilidad de este modelo de intercambios comerciales que ha estudiado bien F. Arasa.
Al norte de Valentia, encontramos los de La Malvarrosa y Cabanyal cerca de la desembocadura
del Barranc del Carraixet, una importante vía de penetración hacia el interior; al sur, Pinedo y El Saler, el primero en las proximidades de la desembocadura del Túria y el segundo frente a la restinga
que separaba el mar de L’Albufera.
El fondeadero de La Penya del Moro en la desembocadura del Xúquer, estaría en relación con la
existencia de ese Portus Sucronem citado en el Anónimo de Ravenna, que no sabemos si estaría en el
cabo de Cullera frente al que hay otro fondeadero o detrás de la montaña, como puerto fluvio-marítimo de Sucro (Cullera?) en una época en la que el río Xúquer era navegable unos 30 km al interior.
En la costa de La Marina debido al perfil acantilado y abrupto de parte de sus costas, hallamos
los fondeaderos en zonas muy concretas. En Xàbia se encuentra frente a la desembocadura del Gorgos, donde existe un asentamiento costero, Duanes, mientras que en Altea los fondeaderos están en
relación con la desembocadura del río Algar, así como frente a los lugares de La Punta de la Galera,
El Morro de Toix, El Racó de l’Albir (Alfàs del Pi) y el de L’Olla mencionado más arriba. Al oeste del
promontorio conocido como Illa de Benidorm, encontramos el fondeadero del Racó de l’Oix y otro
frente a la cala de Finestrat, en donde se ubica El Tossal de la Cala, centro
activo en época republicana; estos dos se resguardan además de los
vientos de Levante y NE, aunque están a merced de los ocasionales
ponientes que soplan desde el interior hacia el mar. En La Vila Joiosa,
el fondeadero está frente a la Platja de la Vila, abierta y baja con importante poblamiento romano, posiblemente un municipium, y manantiales de agua dulce.
De las comarcas de L’Alacantí y El Baix Vinalopó solo tenemos
documentación dispersa sobre la presencia de fondeaderos,
que evidentemente debieron existir dadas sus características costas bajas y las lagunas interiores que la conforman.
Pátera de cerámica de barniz negro de Cales (Campania). [Fot. Museu Arqueològic
de la Ciutat de Dénia].
Procede de un pecio romano republicano del litoral de Dénia (de finales del siglo II
o primera mitad del I a.C.). Formaba parte del cargamento secundario de vajilla de
mesa que acompañaba a otro principal de ánforas con vino itálico.
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Cepo de plomo. Siglos III a.C.-I d.C. [Museo de Prehistoria
de Valencia]
El cepo era la parte esencial del ancla de madera romana.
Su pérdida era frecuente en áreas de fondeadero.
LOS INTERCAMBIOS COMERCIALES EN ÉPOCA ROMANA
El período tardorrepublicano. Con el desembarco de los Escipiones en Emporion en el 218 a.C., los intercambios comerciales que hasta ese momento se llevaban a cabo entre la costa oriental peninsular y
otros puntos del Mediterráneo van a sufrir grandes cambios. Estamos inmersos en los inicios de la
Segunda Guerra Púnica, e Hispania para los romanos se reducía a la costa mediterránea desde los
Pirineos hasta la actual Almería y por el interior se extendía como máximo hasta la zona minera de
Cástulo en Jaén.
Aunque las principales bases romanas se localizaron pronto al norte y al sur del territorio valenciano (Tarraco y Carthago Nova respectivamente), a finales del siglo III a.C. nuestro territorio ya contaba con emplazamientos estrechamente relacionados con Roma, como la civitas foederata de Saguntum, o el campamento militar de Sucro.
A estos momentos corresponden los inicios de la actividad comercial marítima que detectamos a
través de la presencia de ánforas itálicas en los principales asentamientos ibéricos cercanos a la costa
de las comarcas valencianas, así como en los puertos, fondeaderos y zonas de atraque del litoral.
El vino. Las ánforas vinarias grecoitálicas procedían del sur de la costa tirrénica, en especial de
Campania y son más abundantes en la costa hispana que en las Galias entre finales del siglo III y la
mitad del siglo II a.C. Llegarían para satisfacer las necesidades de las legiones romanas, de los incipientes núcleos de itálicos (publicani, mercatores, negotiatores, veterani, etc) y un intercambio con los indígenas seguramente restringido aún a las élites de los oppida ibéricos. La inmediata asunción de las
explotaciones mineras anteriormente en manos púnicas (Sierra de Cartagena y área de Cástulo) hizo
también afluir grandes cantidades de vino hacia esos puntos, aunque no a nuestras tierras. Algún investigador ha puesto sin embargo de relieve la posibilidad de un alto consumo indígena de vino, basado en los significativos porcentajes de ánforas grecoitálicas en lugares como el Castell de Sagunt, el
Tossal de Manises o el Monastil de Elda.
El consumo de vino itálico en nuestras tierras se multiplicará extraordinariamente entre el último
tercio del s. II y la primera mitad del siglo I a.C., siguiendo una pauta que se repite en todo el Mediterráneo Occidental. La generalización en Italia de un nuevo tipo de explotación esclavista de la tierra con
grandes fundi dedicados al monocultivo de la vid, multiplicaba una oferta muy bien acogida por los
pueblos romanizados o en vías de romanización del Mediterráneo Central y Occidental, que se adherían
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Algunos de los principales envases de época romana
que aparecen en pecios y yacimientos costeros del
actual País Valenciano. [Museo de Prehistoria de
Valencia]
1. Ánfora vinaria Greco itálica evolucionada. Finales
del siglo III a mediados del siglo II a.C.
2. Ánfora vinaria Dressel 2-4 (Tarraconense). Fines del
siglo I a.C. a 1ª mitad siglo II d.C.
3. Ánfora de salazón de pescado tipo Beltrán IIB (Bética). Siglo II.
4. Ánfora olearia Dressel 20 (Bética). Mitad siglo I a
mediados del siglo III.
con entusiasmo a lo que Tchernia llamó ‘la cultura del pan y el vino’, que se imponía en Roma a partir
del control de fuentes de aprovisionamiento de cereales como Sicilia y Egipto y de la común producción
de vino que hemos comentado. El ánfora Dressel 1 fue el envase escogido por los viticultores del área tirrénica desde Sorrento (sur de Campania) hasta Cosa (norte de Etruria) mientras que el ánfora Lamboglia 2 y su sucesora, la Dressel 6, envasaron vino adriático procedente al parecer más del área picena y
nordadriática que de la brindisina. La Dressel 1 es con mucho la más frecuente en todo el Mediterráneo
Occidental, ya que la producción de vino adriático se orientó más hacia el Egeo y las costas de la antigua
Yugoslavia; sin embargo en algunos enclaves de las costas valencianas como Ilici y El Tossal de Manises
los hallazgos de ánforas Lamboglia 2 son mayoritarios frente a la Dressel 1. Este mismo fenómeno se repite en el área de Carthago Nova y ha servido para apoyar la hipótesis de una dependencia comercial del
área alicantina mencionada con respecto al portus de Carthago Nova en esta época.
Por el estudio de los pecios sabemos que las ánforas de vino itálico llegaban desde los más importantes puertos tirrénicos (Puteoli, Neapolis, Populonia, Cosa) en barcos de transporte (naues onerariae)
como cargamento homogéneo y en un trayecto directo o con muy pocas escalas hasta un puerto ‘principal’ de Occidente, desde donde se redistribuía en pequeñas naves hacia su área de influencia.
Vajilla cerámica y otros objetos. Estos envíos de vino se aprovechaban para comercializar otros productos de los que lamentablemente sólo han perdurado aquellos de naturaleza cerámica, metálica o
pétrea, que se entibaban en los huecos dejados por la carga de ánforas normalmente a proa y popa
de la embarcación. Entre ellas había un producto que tenía un coste de transporte nulo –pues el
barco se fletaba para el vino– y a menudo procedía de los mismos fundi y alfarerías que las ánforas:
nos estamos refiriendo a la vajilla de mesa barnizada de negro, la llamada ‘cerámica campaniense’ y
la cerámica de cocina itálica.
La primera, cuya técnica decorativa es en un primer momento de tradición ática, tuvo una gran
aceptación entre los habitantes de nuestras tierras, toda vez que no eran extraños a este tipo de vasos, pues fueron igualmente receptivos a los de barniz negro áticos y a los de imitación de éstos entre
los siglos IV y III a.C. Ligada al consumo del vino (cuencos y copas), constituyó poco a poco toda una
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vajilla de mesa con platos, tazas y vasitos como formas más frecuentes. La cerámica de cocina itálica
aportaba novedades tecnológicas: casi toda oxidante (en las tierras valencianas la cerámica de cocina
era reductora, de color gris o negro), soportaba fuertes temperaturas y era apta tanto para el fuego
como para parrilla y horno, lo que pudo ayudar a un cambio en los hábitos alimenticios, línea de investigación que está ahora en pleno desarrollo. Unas y otras, empacadas en cajas con un número que
oscilaba aproximadamente entre las 500 y las 7.000 piezas por barco, constituían un beneficio añadido al de la comercialización del vino. Lámparas de aceite (lucernae), ungüentarios, vasitos para beber de paredes finas, etc., se añadían a menudo a estos cargamentos.
La aparición de pequeños porcentajes de ánforas vinarias griegas procedentes de las islas de Rodas, Quios o Cos, pueden ponerse en relación con botellas (lagynoi) y cuencos decorados con relieves
también de origen griego oriental y fabricados especialmente para el consumo del vino, que encontramos testimonialmente en las ciudades de Saguntum, Valentia, Ilici o Lesera.
Variados bienes de consumo se transportan en los mismos envíos: tegulae o tejas cerámicas, molinos de piedra, etc. Otros muchos no podremos detectarlos nunca, como tejidos (alfombras, túnicas,
velos), especias, animales y ciertamente esclavos.
Procedentes de la costa hispánica de la actual Cataluña, encontramos prácticamente en todos los
asentamientos valencianos costeros unos vasos ibéricos pintados de aspecto cilíndrico: los cálatos,
que mencionamos aquí porque es general la opinión de que se trata de un recipiente para el transporte. Es también el vaso ibérico predominante en el Mediterráneo Central y Occidental, fuera de
nuestra península: Golfo de León, costa ligur, costa tirrénica, Cerdeña, Sicilia y norte de África, entre
el último tercio del siglo II y la primera mitad del I a.C. Análisis recientes confirman lo que ya se sospechaba: el contenido de estos vasos debió ser un producto de panales de abejas: miel o cera, seguramente. Su difusión marítima se hizo a través de rutas comerciales romanas, como se deduce de los
hallazgos subacuáticos y de la precoz romanización del área tarraconense donde se fabricaron.
También podemos encontrar, siempre entre finales del siglo II y la primera mitad del I a.C., tanto
en los pecios como en yacimientos terrestres, vestigios de otros productos alimenticios: aceite y salazón de pescado, aunque en mucha menor cantidad que el vino.
Aceite. El aceite llegaba del Adriático en las llamadas ánforas ovoides brindisinas y de Túnez en
las Tripolitanas antiguas; posiblemente también de Ibiza, en las bicónicas Mañá E (PE 16 a PE 18).
Los tres tipos están bien atestiguados en las excavaciones de La Almoina en la ciudad de Valentia,
siendo las ebusitanas más frecuentes al sur del cabo de la Nau.
Salazón de pescado. La salazón de pescado fue otro de los bienes de consumo que llegan a las costas valencianas entre la mitad del siglo II y la mitad del I a.C.; su procedencia era tunecina y del ‘área
del Estrecho’, que engloba la bahía de Cádiz y puntos de la costa marroquí, como el territorio de Lixus. Se envasaba en ánforas tipo Mañá C2 (Túnez y área del Estrecho) y las CC.NN. o de los Campamentos Numantinos (Bahía de Cádiz), llamadas así por haberse encontrado en los campamentos romanos que asediaban Numancia hacia el 136-133 a.C. En algunos asentamientos costeros estas
importaciones de áreas púnicas superan incluso a los envases itálicos (El Tossal de Manises, La Torre
de la Sal), aunque en general tuvieron un carácter secundario en comparación con las importaciones
de vino itálico. Dado que las importaciones tunecinas prosiguieron con normalidad después de la
destrucción de Carthago, cabe pensar que llegarían ya dentro de circuitos comerciales itálicos.
Época Altoimperial. El vino. Durante la segunda mitad del siglo I a.C. asistimos a una reducción
drástica de las importaciones de vino itálico en el occidente romano, incluida Hispania. Las causas
son variadas, y se explican más por los efectos: una Roma que crece desmesuradamente absorbe
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ahora la producción de vino suritálico y centroitálico y admitirá cada vez más vino de las provincias;
los viñedos son más competitivos allí, muchos de ellos en manos de personajes romanos de alto
rango (consular) o de sus familias; crisis del sistema esclavista en el ager itálico y desastres puntuales
en viñedos campanos; facilidad de transporte de los vinos tarraconenses, a través del Estrecho de
Bonifacio; auge de la producción vinaria del norte del Adriático, etc.
En Hispania, tras las Guerras Civiles y con Augusto, se aceleró el proceso de romanización, con
la concesión de estatutos coloniales y municipales a numerosos núcleos urbanos. Se estableció un
modelo romano de explotación del campo con la aparición de numerosas villae rusticae, y se dedicaron amplias extensiones al cultivo de la vid siguiendo el modelo iniciado en la Laietania, desde
donde llegaron a nuestras costas ánforas con vinos hispanos desde el 50/40 a.C. (en ánforas Pascual 1,
Dressel 2-4 y Laietanas o Tarraconense I).
En el siglo I encontramos ya testimonios tanto escritos como arqueológicos de la producción de
vino en tierras valencianas. Concretamente sobre el vino de Saguntum citado por Plinio, Juvenal,
Frontón y Marco Aurelio, como un vino popular, ordinario y barato. Estas citas permiten suponer la
producción y la comercialización a larga distancia del vino saguntino durante los siglos I-II, como
bien ha visto C. Aranegui.
Con respecto a las alusiones al vino de Lauro citado por Plinio y documentado en letreros pintados (tituli picti) sobre ánforas de Ostia y Castro Pretorio en Roma, en el actual estado de la investigación parece que se refieren a un vino tarraconense procedente de una localidad con ese nombre localizada en la comarca de El Vallès (Tarragona), aunque se acepta también la existencia de una Lauro
valenciana, que algunos han identificado como la sucesora de la antigua Edeta.
La producción de ánforas vinarias en nuestras tierras es muy extensa, con dos focos muy destacados: Saguntum y Dianium, con sus respectivos territorios. En el ager saguntino se han localizado al
menos cinco talleres productores: ciudad y puerto de Sagunt, Villa del Puig, Villa de Els Arcs (Estivella), y La Punta (La Vall d’Uixó), que quizás junto al Clot de Rascanya en Llíria produjeron ánforas
vinarias del tipo Dressel 2-4. La comercialización de estos vinos saguntinos, como nos indica la dispersión de sus marcas, llegó a las Islas Británicas, el interior de la Galia y Roma y están por supuesto
presentes también en ciudades meridionales como Ilici o El Tossal de Manises.
En el territorio de Dianium se han localizado hasta 15 talleres con hornos para la fabricación de ánforas, entre los que destacan los de L’Almadrava y los de Oliva. La producción de estos talleres se fecha
entre los siglos I-III, con envases para el transporte de vino de los tipos Dressel 2-4, Gaulois 4 (imitación
de las ánforas galas) y Oliva 3, aunque éstas últimas parece que fueron utilizadas para la exportación
de aceite. Estos productos eran comercializados a través del puerto de Dianium y seguramente están representados en los mismos asentamientos alicantinos mencionados para el vino saguntino.
Otros puntos del territorio valenciano registran también talleres anfóricos: El Más d’Aragó (Cervera del Maestrat), Castelló de la Ribera, y recientemente Paterna, con ánforas Dressel 2-4 que apuntan hacia un generalizado cultivo de la vid en las comarcas valencianas excepto en la mitad sur de la
actual provincia de Alicante, donde no disponemos de documentación suficiente.
A su vez, llegaron a nuestra tierra vinos procedentes de la Bética, del área del Estrecho. Se comercializaron en ánforas del tipo Haltern 70, que contenían el llamado defrutum o vino cocido, y a veces
aceitunas conservadas en él. No vinieron en cargamentos homogéneos, sino acompañando a otros
productos como aceite o salazones de pescado.
Salazón de pescado. Producto a base de trozos de túnidos salados que procedía de la Bahía de Cádiz, donde se han localizado más de una treintena de factorías dedicadas a su elaboración que tam-
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EL COMERCIO: RUTAS COMERCIALES Y PUERTOS • JOSÉ PÉREZ BALLESTER
Conjunto de ánforas recuperadas en el litoral de El Saler en la década de los 60. [Foto Archivo SIP].
Pueden identificarse ánforas hispánicas de vino, aceite y salazones; itálicas y galas también vinarias, y africanas de aceite y salazones. Cubren un arco cronológico que está entre finales del siglo II a.C. y el siglo IV d.C.
bién envasarían diversas salsas de pescado. Las ánforas utilizadas son de los tipos Dressel 7-11 y
Beltrán II, y las encontramos desde época augustea hasta el siglo II.
Desde el Portus Ilicitanus (Santa Pola) hasta las costas castellonenses, tanto en hallazgos subacuáticos como en los registrados en las distintas ciudades romanas valencianas, estos envases de salazón y derivados del pescado son una constante durante el período citado.
Aceite. No son muy frecuentes los envases dedicados al transporte de aceite que aparecen en
nuestras costas; se trata casi siempre del ánfora Dressel 20, que transporta de forma masiva el aceite
bético entre la mitad del siglo I y los inicios del siglo III, constituyendo el suministro oficial de Roma
y de sus legiones desde Britania hasta la Dacia. Para el romano, el aceite era un bien imprescindible:
se usaba en la cocina, en fritos, salsas y asados, como combustible de las lucernae, y en el gimnasio y
la palestra de los establecimientos termales para aceitarse el cuerpo y el cabello.
El hallazgo en algunas villae rusticae de instalaciones para el prensado de aceite o vino (torcularia), podría indicar la existencia de un cierto autoabastecimiento de este producto.
Las ánforas Dressel 20 sólo son abundantes en el Portus Ilicitanus aunque están prácticamente ausentes en Ilici, lo que hace pensar en un trasvase de aceite a otros envases (dolia, odres de piel) para
su transporte a la ciudad ilicitana desde su puerto. Muy escasas en el resto del territorio alicantino,
las encontramos entre los hallazgos subacuáticos del área del Saler, un posible fondeadero frente a la
barra o restinga que delimita la laguna de L’Albufera, en consonancia con las que aparecen en Valentia. También en el área saguntina, al norte del Palància, se documenta en algunos fondeaderos,
siendo muy escasa en el denso poblamiento rural romano del interior. El pecio Culip IV (Girona),
muestra que estas ánforas llegarían a nuestras costas en cargamentos heterogéneos desde puertos
como Tarraco o Carthago Nova, o se redistribuirían desde Sagunto, si se confirma su importancia
como puerto principal en esa época.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Sigillatas procedentes de Sagunt (Primus), Anna (Vitalis)
y Bugarra (Sabinus). [Museo de Prehistoria de Valencia].
Marcas sobre Terra Sigillata Sudgálica de los alfareros
Primus, Vitalis y Sabinus, que encontramos en el pecio Culip IV (Girona) y en ciudades romanas del actual País Valenciano, como Saguntum, Valentia, Edeta, Portus Illicitanus
y Lucentum.
Vajilla de mesa. Es ahora el momento de la cerámica
sigillata, es decir sellada o con marca de alfarero, de cocción oxidante y superficie de color rojo vivo brillante.
Las producciones itálicas aretinas de época augustea
son más frecuentes en las grandes ciudades como Saguntum, Valentia, Ilici; pronto son sustituidas por las que
vienen de talleres galos, las llamadas sigillatas sudgálicas que proceden principalmente de La Graufesenque,
localidad situada en las proximidades de Lyon. Su dispersión en Hispania es marítima, como prueban mapas
de hallazgos que se concentran en grandes ciudades de
la costa y penetran capilarmente hacia localidades del
interior, no llegando más allá de 50 km tierra adentro.
La concurrencia con talleres hispanos de sigillata establecidos siempre en el interior: Tricio en La Rioja, Granada, Andújar, Abella y Solsona en Cataluña y Bronchales en Teruel, seguramente impidió una distribución
más amplia. El pecio Culip IV ha demostrado la existencia de este comercio marítimo de sigillata sudgálica,
en este caso partiendo desde Narbo hacia uno de los
puertos de su área de influencia, Emporion, compartiendo carga con ánforas de aceite bético Dressel 20,
más de un millar de vasos de paredes finas también de
la Bética y otras mercancías menores.
Mármoles. A partir de época de Augusto, las ciudades costeras valencianas comienzan a monumentalizarse, utilizando mármoles y otras piedras calizas de
calidad para el revestimiento de edificios públicos y
mausoleos, tallar los repertorios decorativos de éstos,
realizar inscripciones conmemorativas o funerarias y en
menor medida esculturas de bulto redondo. A partir de
Augusto y durante los siglos I y II, llegaron todo tipo de
mármoles de diversas tonalidades, procedentes de los
lugares más lejanos del Imperio. Los mármoles blancos
eran importados sobre todo desde el puerto de Luni, situado junto a las canteras de Carrara en el norte de Italia; otros mármoles blancos usados aquí fueron los del
Pentélico y de la isla de Paros en el Egeo, junto a otros
de canteras hispanas difíciles de identificar.
Muestras de mármoles. [Fot. R. Cebrián]
Se utilizaron en monumentos públicos, religiosos y funerarios romanos del territorio valenciano. Todos son importados, excepto el de la cantera de Buixcarró (Barxeta, Valencia), de cierta calidad y belleza, que fue uno de los más
empleados.
Los mármoles de color que encontramos en el territorio valenciano, procedían de canteras del mar Egeo el caristium o cipollino; chium o portasanta; taenarium o rosso
antico y lacedaemonium o serpentino. De las costas de Turquía llegaba el Phrygium o pavonazzeto y de Túnez el Numidium o giallo antico.
Todos estos mármoles salían de puertos principales
como Nicomedia (Asia Menor), Pireo (Grecia), Ostia o
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EL COMERCIO: RUTAS COMERCIALES Y PUERTOS • JOSÉ PÉREZ BALLESTER
Posible noray o pilón de amarre, hallado en las inmediaciones del Grau Vell (Sagunt). [Archivo SIP].
Por su peso y tamaño no debió estar muy lejos su lugar de uso, quizás en un muelle del establecimiento
portuario saguntino.
Luni, a menudo preparados para obras concretas y ya precortados por canteros en origen. La
importancia de este comercio hizo que durante
los siglos I y II las principales canteras del Imperio fueran pasando a propiedad estatal.
Su alto precio hizo que en las provincias occidentales a menudo se sustituyeran por calizas
locales, como la caliza gris de Sagunt o la bella
caliza marmórea de Buixcarró (Xàtiva).
Será en las ciudades más importantes como
Saguntum, Valentia, Lucentum o Ilici, donde encontremos una mayor cantidad y variedad de
mármoles importados, aunque su uso se reducirá preferentemente a finas placas para inscripciones (sobre todo funerarias), ya que las
piedras locales serán las destinadas a la construcción y embellecimiento de edificios públicos, mausoleos, aras, pedestales e inscripciones de carácter honorífico.
El siglo III y el Bajo Imperio. Es escasa la documentación de síntesis que disponemos sobre el comercio y los intercambios para esta época en nuestro territorio, sin embargo el estudio realizado
sobre los depósitos de ánforas en Ostia de las Termas del Nadador y de La Longarina refleja lo
que debió ocurrir; allí, desaparecen las exportaciones de vino hispano y hay una drástica reducción del vino galo a favor no de caldos itálicos, sino de otros que proceden del Egeo o el Norte de
África. El aceite ya no viene de la Bética, sino de Mauritania tingitana o de la Tripolitania.
Un reciente estudio sobre el conjunto de los recipientes anfóricos del Portus Ilicitanus, muestra
para esta época una actividad importante, siendo el vino la mercancía menos representada seguramente por el desarrollo de una viticultura local suficiente para el autoabastecimiento, pero no
para la exportación, como lo demuestra el hecho de que en el siglo III, la mayoría de talleres de ánforas vinarias valencianos conocidos, con excepciones como L’Almadrava en Dénia, han finalizado su actividad.
Los productos béticos y ahora también los lusitanos, siguen teniendo aceptación: el aceite bético,
escaso en el territorio valenciano, está presente durante el siglo III con las últimas ánforas Dressel 20
y sus sucesoras, Dressel 23, y son frecuentes los productos derivados del pescado, como delatan las
numerosas ánforas Almagro 50 y 51 que encontramos también más al norte en Valentia o en El Grau
Vell de Sagunt.
La gran capacidad productora y exportadora de las provincias romanas de Tripolitania y Mauritania Tingitana en estos momentos de crisis política y social del Imperio, se refleja en los envases del
Portus Ilicitanus con la presencia de ánforas de aceite tunecinas de los tipos Keay III a VII en el siglo
III y con envases más variados pero menos frecuentes para los siglos IV y V. Las importaciones de sa-
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
lazones y salsas de pescado de procedencia africana son más escasas, al estar cubiertas casi en su totalidad por productos envasados en ánforas de la Bética. El puerto del Grau Vell de Sagunt, nos
ofrece un panorama semejante para el mismo período cronológico.
La vajilla de mesa y cocina importada está ahora representada por la Sigillata Africana A, que
aparece prácticamente en todos los yacimientos costeros o del interior de nuestro territorio que están
habitados durante los siglos II y III; lo mismo puede decirse de la cerámica africana de cocina, que
sustituye a la itálica en las postrimerías del siglo I, perdurando hasta el Bajo Imperio. Su transporte
fue necesariamente por mar, acompañando a cargamentos africanos de aceite o derivados de pescado procedentes de allí o bien de puertos principales de redistribución como Gades.
Los esporádicos pero constantes hallazgos subacuáticos de ánforas y otras cerámicas béticas y
africanas, en su mayoría descontextualizados en las costas valencianas entre Sagunt y Cullera, así
como los de Valentia, nos hablan de una relación comercial constante de las comarcas valencianas
con las romanizadas provincias africanas que se tratará más adelante en esta misma obra.
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EL COMERCIO: RUTAS COMERCIALES Y PUERTOS
JOSÉ PÉREZ BALLESTER
Departament de Prehistòria i Arqueologia. Universitat de València
COSTAS, PUERTOS Y FONDEADEROS
Costas. Como ha explicado bien P. Carmona más arriba, las costas valencianas entre el Ebro y el
Segura presentan aparentemente unas características poco aconsejables para las instalaciones portuarias. Es un litoral muy dinámico donde predominan las costas bajas y abiertas, formadas por
aportes aluviales de los ríos Millars, Palància, Túria, Xúquer, Vinalopó y Segura; depresiones y hundimientos costeros que dan lugar a numerosas zonas inundadas, lagunas, marjales, que se cierran
total o parcialmente al mar debido a las aportaciones de sedimentos precisamente de los ríos antes
mencionados, formando barras o restingas; y ocasionalmente, costas acantiladas que no permiten refugio alguno (Serra d’Irta, cabos de S. Antonio y la Nau, etc.).
Rutas de navegación y cargamentos. Los escasos pecios detectados en nuestras costas con cargamentos homogéneos nos hablan de rutas directas desde portus como Puteoli-Nápoles y posiblemente Gades, con cargamentos de vino y salazón de pescado hacia puertos como Saguntum y Dianium. Pero no
era fácil acceder hasta aquí por la falta de zonas resguardadas y de lugares con instalaciones suficientes para garantizar una carga y descarga cómoda. Además, y gracias a los estudios de Ruiz de
Arbulo, conocemos los problemas que tenía la navegación al abordar el litoral valenciano. Así, se
aconseja evitar siempre el Golfo de Valencia desviándose hacia Ibiza, ya se proceda del norte o del
sur del Mediterráneo y se señala como zona peligrosa el Cabo de San Antonio si se navega hacia el
sur de la península Ibérica. J. Molina llega a hablar de una zona de separación de influencia marítima (Carthago Nova y Tarraco) situada entre los cabos de San Antonio y de la Nau, debido a las turbulencias, mezcla de corrientes y vientos que se producen en el área.
Desde Italia, se alcanzaban nuestras costas por el peligroso aunque directo estrecho de Bonifacio,
debiendo luego pegarse las naves a las desprotegidas costas valencianas para llegar al destino elegido; también se podían alcanzar por el sur de Sicilia y de Cerdeña, para llegar por Ibiza o bien directamente a las costas alicantinas. Desde el estrecho de Gibraltar o Gades se debía seguir la corriente
hacia el este, subir a Ibiza y de allí bajar hacia las costas alicantinas. Dianium, situada al norte del
cabo de San Antonio y desde donde se ve Ibiza en días claros se revela junto al Grau Vell de Sagunt,
como uno de los puntos de atraque más interesantes de la costa valenciana en época romana.
La ruta preferente que llevaba nuestros vinos a la Roma imperial hacía que los barcos bordeasen
por el sur el archipiélago balear, al resguardo de los vientos de N y NE y alcanzasen el estrecho de
Bonifacio, para bajar luego hacia Ostia.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Rutas comerciales marítimas. [Tratamiento gráfico A. Sánchez].
A través de ellas se comercializaron el vino, el aceite y las salazones de pescado entre los puertos de la costa
valenciana y las principales ciudades romanas del Mediterráneo Occidental, entre los siglos III a.C. y III d.C
(elaboración propia a partir de Ruiz de Arbulo y Díes Cusí).
Pero estos importantes condicionantes náuticos de vientos y corrientes afectarían sólo a los grandes navíos que efectuaban rutas mediterráneas de altura, conectando portus de primer orden como
Gades, Ostia, Narbo o Tarraco. Sin embargo, el tradicional conocimiento de las costas mediterráneas
por parte de los expertos navegantes que las recorrían habitualmente, hacía que la navegación de cabotaje entre lugares costeros alejados una media de entre 100 y 200 km, pudiese dar lugar a una red
de intercambios comerciales que conectaban todo el territorio valenciano y a éste con áreas colindantes como Ibiza, Laietania, Carthago Nova, etc. Utilizarían para ello embarcaciones de menor calado,
transportarían cargamentos heterogéneos y realizarían trayectos que podían ir de puerto principal a
puerto secundario, o de secundario a secundario, como ha demostrado X. Nieto con el estudio del
pecio de Culip IV.
Estamos lejos sin embargo de agotar el conocimiento sobre las redes locales y regionales de transporte marítimo en época romana; cada nuevo pecio, cada fondeadero científicamente estudiado, nos
abre nuevas posibilidades de interpretación de unas rutas comerciales que en aquella época fueron
tan vitales para nuestros antecesores como ahora lo son los ferrocarriles o las autopistas.
El Portus. El concepto de Portus es para los especialistas, que se apoyan en la definición vitruviana de limén kleistós, un lugar cerrado abrigado de los vientos dominantes, capaz de albergar de-
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EL COMERCIO: RUTAS COMERCIALES Y PUERTOS • JOSÉ PÉREZ BALLESTER
pósitos en donde almacenar variadas mercancías (horrea), con posibilidad de reparar o construir embarcaciones (navalia), disponer de una zona comercial (emporium) o acoger grandes naves comerciales (oneraria) en una dársena a menudo artificial. Pero además de esta definición ‘arquitectónica’
existe otra más social y comercial, según la cual es un lugar enclavado en el marco de circuitos comerciales marítimos, de rutas en las que el portus es lugar de recepción y exportación de mercancías.
Éstas, procedentes de su territorio o de lugares más lejanos, son luego redistribuidas a puertos ‘secundarios’ de su entorno que podrían corresponder al término statio, o bien llevadas en viajes directos o con escalas técnicas a otros portus que tendrían igualmente el carácter de ‘principal’ con respecto a su zona de influencia. Un portus debe ser capaz también de admitir grandes naves con cargas
principales procedentes de otros portus mediterráneos.
Pero no debemos olvidar una matización importante: el portus, aún disponiendo de una completa infraestructura portuaria, puede perder su categoría de principal a lo largo de la historia debido a cambios políticos, estratégicos o comerciales. Así ocurrió con la dependencia mutua entre
Massalia y Narbo, la de este mismo portus y Emporion, Emporion y Tarraco y también entre algunos de
los puertos del territorio valenciano.
Vista aérea del Grau Vell de Sagunt.
El yacimiento de sitúa en la parcela triangular junto al mar. Las excavaciones y estudios dirigidos por la profesora C. Aranegui han confirmado su importancia
como principal infraestructura portuaria
de la zona entre los siglos V a.C. y IV d.C.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Pecio de «Bou Ferrer». La Vila Joiosa, Alicante. [Fot. Museo Municipal d’Arqueología i Etnología, la Vila Joiosa]
Con un cargamento de ánforas hispánicas del siglo I y bien conservado, fue descubierto recientemente y es
uno de los yacimientos subacuáticos más prometedores del País Valenciano.
En el Mediterráneo, y para la época en la que nos encontramos, El Pireo, Alejandría, Puteoli, Ostia-Roma, Narbo, serían portus de primera magnitud y con carácter de ‘principales’. En Hispania, Gades, Carthago Nova, Tarraco, Emporion y seguramente Saguntum, fueron durante todo el período o en
distintos momentos, portus principales en los circuitos mediterráneos y peninsulares.
La ausencia de protecciones o barreras naturales contra los vientos y temporales, así como la falta de
capacidad logística para la construcción de grandes infraestructuras portuarias, es habitual en Hispania;
es verdad que sí las encontramos en los grandes portus como Emporion, como demuestra el reciente descubrimiento de su dársena de época prerromana, y el conocido muelle de época republicana; Tarraco, con
un espigón que penetraba en el mar, que fue derruido no hace muchos años; o Carthago Nova, con epigrafía y dibujos antiguos que nos hablan de muelles construidos sobre arcos en su dársena natural.
Puertos en el territorio valenciano. Infraestructuras. En las tierras valencianas y atendiendo a las infraestructuras portuarias, destaca el Grau Vell de Sagunt, donde existe un posible espigón o muelle construído denominado ‘Trencatimons’ hoy sumergido, un torreón defensivo más antiguo y algunas estancias alargadas, presumible utilizadas como almacenes ya en época tardorromana. Recientes
trabajos subacuáticos realizados por Carlos De Juan, parecen indicar la existencia de un gran espigón
de más de 100 m de longitud. En Valentia mencionamos un posible horreum en las cercanías de su embarcadero fluvial, dotado además de unas escaleras de acceso a la ribera. En la zona portuaria de Dianium conocemos estructuras alargadas de almacenaje en batería y edificaciones semejantes se encuentran también frente al fondeadero de la Platja de La Vila Joiosa y en el Portus Ilicitanus (Santa Pola).
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EL COMERCIO: RUTAS COMERCIALES Y PUERTOS • JOSÉ PÉREZ BALLESTER
Otras construcciones, relacionadas con actividades industriales o artesanales son más frecuentes
en las proximidades de los puertos: factorías de salazón, canteras, talleres de fabricación de ánforas,
etc., y se documentan en muchos de nuestros enclaves portuarios.
Ubicación. La falta generalizada de estructuras de protección como muelles, espigones, etc, hizo
que las zonas portuarias valencianas se localizasen y organizasen según criterios de optimización de
las condiciones costeras.
Así, en Cullera (¿Portus Sucronem?) y quizás en Calpe se aprovecharía la existencia de una península o promontorio saliente para su utilización como embarcadero o varadero, al abrigo de los predominantes y peligrosos vientos del E y NE; en Dianium, la ensenada portuaria varía su emplazamiento
según la fuerte dinámica costera de las barras arenosas, teniendo como única protección el afloramiento de barras rocosas paralelas a la costa, que ayudan a romper el oleaje de los temporales; el Grau
Vell de Sagunt, instalado sobre una restinga fósil, utilizó seguramente una laguna interior para proteger naves de pequeño calado y poder acceder a la ciudad de Saguntum por vía terrestre; en Valentia, el
acceso a la ciudad por vía fluvial se lograba por el sur con el paso al Turia de embarcaciones de poco
calado a través de las golas abiertas en la restinga de L’Albufera, entonces más próxima a la ciudad; y
por el norte con el sistema que luego veremos de fondeaderos externos, que estaban situados frente a
las actuales playas de La Malvarrosa y El Cabanyal. En Altea, se aprovechó la existencia de una barra
entre la isla de L’Olla y la costa; en El Tossal de Manises (Lucentum) se utilizó la ensenada existente al
pie del asentamiento, una antigua laguna contigua al mar (L’Albufereta); y el Portus Ilicitanus aprovechó una ensenada interior, protegida por el cabo de Santa Pola de los vientos dominantes de N y NE.
Principales puertos documentados. Saguntum. Los trabajos de C. Aranegui han contribuido mucho a
desvelar el papel de Arse-Saguntum y su puerto, el Grau Vell, que debió ser un importante portus o
mejor un emporion entre los siglos V y II a.C. en relación con el oppidum ibérico de Arse y su territorio,
pero también con el entorno costero próximo. Entre los siglos IV a.C. y V d.C., funcionó como un importante portus para un territorio más amplio, que incluiría las tierras comprendidas entre el río Millars y Puçol y hasta Jérica, en el Alto Palancia, por el interior. Los fondos bajos y arenosos, sujetos a
la acción de la dinámica marina superficial y a los fáciles saqueos y expolios, han facilitado con toda
seguridad la desaparición de pecios en el entorno del Grau Vell de Sagunt, entre Canet d’en Berenguer y Puçol, que serían testimonio de una navegación de altura y bajura que sólo conocemos por
los abundantes restos materiales (ánforas, vajilla cerámica, monedas) que se encuentran en Saguntum
y su territorio. Los recientes trabajos de documentación subacuática y terrestre auguran importantes
descubrimientos para el puerto de Saguntum.
Valentia. Situada a orillas del Túria, a 1’5 km del mar en época romana, los aterramientos debidos
a los enormes aportes sedimentarios del río en su desembocadura han provocado el retroceso de la
línea de costa actual alrededor de 1 km, y una subida del nivel del suelo de varios metros en la ciudad y su entorno. Esto hace imposible, como bien ha escrito A. Ribera, documentar resto alguno de
estructuras relacionadas con un puerto o embarcadero, pues deben encontrarse bajo varios metros
de sedimentos como ha ocurrido en otros lugares con dinámica fluvial parecida como en el yacimiento de San Rossore de Pisa.
La procedencia itálica de la mayor parte de las ánforas, vajilla de mesa y cocina de Valentia en época
republicana, demuestra el origen y las costumbres itálicas de sus pobladores, que recibieron suministros regulares sobre todo de Campania, pero también de Etruria y el Adriático. La existencia en la ciudad de importantes horrea en época republicana y altoimperial, ha hecho pensar a Ribera que estaríamos ante un importante centro comercial a escala regional, que llevaría todo el peso de la
comercialización y distribución de los productos itálicos, púnicos o del área del Estrecho en su entorno.
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EL COMERCIO: RUTAS COMERCIALES Y PUERTOS • JOSÉ PÉREZ BALLESTER
Sección transversal de la estiba o disposición de la carga de ánforas en la bodega de una nave oneraria romana,
según Bost y otros. [Tratamiento gráfico A. Sánchez a partir de publicación].
El dibujo está basado en la reconstrucción del pecio de ‘Cabrera III’, publicada por Bost y otros autores,
una nave que transportaba aceite bético y tripolitano, aceitunas y salazones de pescado lusitanas desde Cádiz hacia Roma, a mediados del siglo III.
Es interesante constatar que junto a las modestas infraestructuras portuarias fluviales detectadas recientemente en la ciudad, el funcionamiento de los fondeaderos de El Saler y Malvarrosa-Cabanyal, se inicia o reactiva respectivamente hacia la mitad del siglo II a.C., coincidiendo con la fundación de la ciudad.
Dianium. En las proximidades de Dianium se han documentado recientemente varios pecios con
cargamentos homogéneos de procedencia itálica fechables en el tránsito de los siglos II-I a.C. (ánforas
Dressel 1), augusteos, o altoimperiales con cargamento de ánforas vinarias Dressel 2-4 de origen local (L’Almadrava), o con ánforas de salazón Dressel 7-11 de procedencia bética (Bou Ferrer). Este hecho, junto a la existencia de las infraestructuras portuarias antes mencionadas, apoya la posibilidad
de que estemos ante un portus importante que redistribuiría las cargas que le llegaban directamente
al menos desde las zonas de producción itálicas y béticas, además de los productos de la cercana
Ebusus, especialmente en época republicana y altoimperial.
Para el territorio ilicitano, parece que los puertos de Tossal de Manises (Lucentum) y Portus Ilicitanus se reparten la hegemonía en la llegada y redistribución de productos mediterráneos, si atendemos a los distintos estudios realizados sobre sus ánforas. El Tossal de Manises importante en época
tardorrepublicana (donde además en 1933 Figueras Pacheco encontró restos de una embarcación púnica o romana) y el Portus Ilicitanus en época imperial.
Fondeaderos. Embarcaderos de madera como los que existían en el propio Puerto de Valencia
hasta el siglo XIX, o varaderos en la playa, constituirían los lugares habituales de acceso a tierra de las
pequeñas embarcaciones.
¿Qué ocurría con la posible llegada de grandes naves onerarias? ¿y con los lugares de nuestro territorio que no podían disponer de unas mínimas condiciones para la instalación de embarcaderos?
▲
Los trabajos e investigaciones tanto subacuáticas como en tierra de A. Fernández Izquierdo,
C. Aranegui, F. Arasa, A. Ribera, A. Espinosa y otros, han documentado la frecuencia de otra modalidad de aproximación naval a la costa: los fondeaderos. Son lugares situados en mar abierto, a menudo sin protección natural, ubicados frente a las desembocaduras de ríos y barrancos de escaso
caudal, pero que constituyen vías de acceso al interior del territorio. También los encontramos frente
a las restingas y barras que cierran parcialmente aquellas zonas bajas lacunosas, a veces albuferas,
que además de constituir un buen refugio para naves de menor calado permiten igualmente el ac-
Puertos, fondeaderos y playas de varado utilizados en época romana en el litoral del actual País Valenciano. [Tratamiento gráfico de A. Sánchez].
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
ceso al interior y a menudo contienen manantiales (ullals) por lo que son aptos también para el aprovisionamiento de agua dulce.
Se sitúan a una distancia de la costa que oscila entre 250 m y 1.000 m aprovechando la existencia,
a profundidades de entre 4 y 20 m, de unas barras rocosas paralelas a la costa, seguramente antiguas
restingas o incluso dunas fósiles, que permiten el fondeo de embarcaciones de gran calado. El hallazgo de ánforas, cerámicas y cepos de plomo de una amplia cronología y la casi total ausencia de
pecios, abogan por este modelo de aproximación costera que conocemos como fondeadero.
Entre el Ebro y el Palància hallamos fondeaderos frente a las desembocaduras de los ríos Sec, Millars, y el Barranc d’Aiguaoliva, así como en las proximidades de depresiones inundadas con presencia de aguas dulces o en llanuras litorales como en Alcossebre, Cabanes, Oropesa, Benicàssim, Onda,
etc, desde donde en muchos casos parten caminos que cruzan perpendicularmente las planas castellonenses, salvan las sierras paralelas a la costa y llegan a las comarcas más interiores. La existencia
junto al mar en la zona de Cabanes, Burriana y Onda de importantes asentamientos de funcionalidad casi exclusivamente comercial en época republicana (La Torre d’Onda, La Torre de la Sal) nos
marca la posibilidad de este modelo de intercambios comerciales que ha estudiado bien F. Arasa.
Al norte de Valentia, encontramos los de La Malvarrosa y Cabanyal cerca de la desembocadura
del Barranc del Carraixet, una importante vía de penetración hacia el interior; al sur, Pinedo y El Saler, el primero en las proximidades de la desembocadura del Túria y el segundo frente a la restinga
que separaba el mar de L’Albufera.
El fondeadero de La Penya del Moro en la desembocadura del Xúquer, estaría en relación con la
existencia de ese Portus Sucronem citado en el Anónimo de Ravenna, que no sabemos si estaría en el
cabo de Cullera frente al que hay otro fondeadero o detrás de la montaña, como puerto fluvio-marítimo de Sucro (Cullera?) en una época en la que el río Xúquer era navegable unos 30 km al interior.
En la costa de La Marina debido al perfil acantilado y abrupto de parte de sus costas, hallamos
los fondeaderos en zonas muy concretas. En Xàbia se encuentra frente a la desembocadura del Gorgos, donde existe un asentamiento costero, Duanes, mientras que en Altea los fondeaderos están en
relación con la desembocadura del río Algar, así como frente a los lugares de La Punta de la Galera,
El Morro de Toix, El Racó de l’Albir (Alfàs del Pi) y el de L’Olla mencionado más arriba. Al oeste del
promontorio conocido como Illa de Benidorm, encontramos el fondeadero del Racó de l’Oix y otro
frente a la cala de Finestrat, en donde se ubica El Tossal de la Cala, centro
activo en época republicana; estos dos se resguardan además de los
vientos de Levante y NE, aunque están a merced de los ocasionales
ponientes que soplan desde el interior hacia el mar. En La Vila Joiosa,
el fondeadero está frente a la Platja de la Vila, abierta y baja con importante poblamiento romano, posiblemente un municipium, y manantiales de agua dulce.
De las comarcas de L’Alacantí y El Baix Vinalopó solo tenemos
documentación dispersa sobre la presencia de fondeaderos,
que evidentemente debieron existir dadas sus características costas bajas y las lagunas interiores que la conforman.
Pátera de cerámica de barniz negro de Cales (Campania). [Fot. Museu Arqueològic
de la Ciutat de Dénia].
Procede de un pecio romano republicano del litoral de Dénia (de finales del siglo II
o primera mitad del I a.C.). Formaba parte del cargamento secundario de vajilla de
mesa que acompañaba a otro principal de ánforas con vino itálico.
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EL COMERCIO: RUTAS COMERCIALES Y PUERTOS • JOSÉ PÉREZ BALLESTER
Cepo de plomo. Siglos III a.C.-I d.C. [Museo de Prehistoria
de Valencia]
El cepo era la parte esencial del ancla de madera romana.
Su pérdida era frecuente en áreas de fondeadero.
LOS INTERCAMBIOS COMERCIALES EN ÉPOCA ROMANA
El período tardorrepublicano. Con el desembarco de los Escipiones en Emporion en el 218 a.C., los intercambios comerciales que hasta ese momento se llevaban a cabo entre la costa oriental peninsular y
otros puntos del Mediterráneo van a sufrir grandes cambios. Estamos inmersos en los inicios de la
Segunda Guerra Púnica, e Hispania para los romanos se reducía a la costa mediterránea desde los
Pirineos hasta la actual Almería y por el interior se extendía como máximo hasta la zona minera de
Cástulo en Jaén.
Aunque las principales bases romanas se localizaron pronto al norte y al sur del territorio valenciano (Tarraco y Carthago Nova respectivamente), a finales del siglo III a.C. nuestro territorio ya contaba con emplazamientos estrechamente relacionados con Roma, como la civitas foederata de Saguntum, o el campamento militar de Sucro.
A estos momentos corresponden los inicios de la actividad comercial marítima que detectamos a
través de la presencia de ánforas itálicas en los principales asentamientos ibéricos cercanos a la costa
de las comarcas valencianas, así como en los puertos, fondeaderos y zonas de atraque del litoral.
El vino. Las ánforas vinarias grecoitálicas procedían del sur de la costa tirrénica, en especial de
Campania y son más abundantes en la costa hispana que en las Galias entre finales del siglo III y la
mitad del siglo II a.C. Llegarían para satisfacer las necesidades de las legiones romanas, de los incipientes núcleos de itálicos (publicani, mercatores, negotiatores, veterani, etc) y un intercambio con los indígenas seguramente restringido aún a las élites de los oppida ibéricos. La inmediata asunción de las
explotaciones mineras anteriormente en manos púnicas (Sierra de Cartagena y área de Cástulo) hizo
también afluir grandes cantidades de vino hacia esos puntos, aunque no a nuestras tierras. Algún investigador ha puesto sin embargo de relieve la posibilidad de un alto consumo indígena de vino, basado en los significativos porcentajes de ánforas grecoitálicas en lugares como el Castell de Sagunt, el
Tossal de Manises o el Monastil de Elda.
El consumo de vino itálico en nuestras tierras se multiplicará extraordinariamente entre el último
tercio del s. II y la primera mitad del siglo I a.C., siguiendo una pauta que se repite en todo el Mediterráneo Occidental. La generalización en Italia de un nuevo tipo de explotación esclavista de la tierra con
grandes fundi dedicados al monocultivo de la vid, multiplicaba una oferta muy bien acogida por los
pueblos romanizados o en vías de romanización del Mediterráneo Central y Occidental, que se adherían
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Algunos de los principales envases de época romana
que aparecen en pecios y yacimientos costeros del
actual País Valenciano. [Museo de Prehistoria de
Valencia]
1. Ánfora vinaria Greco itálica evolucionada. Finales
del siglo III a mediados del siglo II a.C.
2. Ánfora vinaria Dressel 2-4 (Tarraconense). Fines del
siglo I a.C. a 1ª mitad siglo II d.C.
3. Ánfora de salazón de pescado tipo Beltrán IIB (Bética). Siglo II.
4. Ánfora olearia Dressel 20 (Bética). Mitad siglo I a
mediados del siglo III.
con entusiasmo a lo que Tchernia llamó ‘la cultura del pan y el vino’, que se imponía en Roma a partir
del control de fuentes de aprovisionamiento de cereales como Sicilia y Egipto y de la común producción
de vino que hemos comentado. El ánfora Dressel 1 fue el envase escogido por los viticultores del área tirrénica desde Sorrento (sur de Campania) hasta Cosa (norte de Etruria) mientras que el ánfora Lamboglia 2 y su sucesora, la Dressel 6, envasaron vino adriático procedente al parecer más del área picena y
nordadriática que de la brindisina. La Dressel 1 es con mucho la más frecuente en todo el Mediterráneo
Occidental, ya que la producción de vino adriático se orientó más hacia el Egeo y las costas de la antigua
Yugoslavia; sin embargo en algunos enclaves de las costas valencianas como Ilici y El Tossal de Manises
los hallazgos de ánforas Lamboglia 2 son mayoritarios frente a la Dressel 1. Este mismo fenómeno se repite en el área de Carthago Nova y ha servido para apoyar la hipótesis de una dependencia comercial del
área alicantina mencionada con respecto al portus de Carthago Nova en esta época.
Por el estudio de los pecios sabemos que las ánforas de vino itálico llegaban desde los más importantes puertos tirrénicos (Puteoli, Neapolis, Populonia, Cosa) en barcos de transporte (naues onerariae)
como cargamento homogéneo y en un trayecto directo o con muy pocas escalas hasta un puerto ‘principal’ de Occidente, desde donde se redistribuía en pequeñas naves hacia su área de influencia.
Vajilla cerámica y otros objetos. Estos envíos de vino se aprovechaban para comercializar otros productos de los que lamentablemente sólo han perdurado aquellos de naturaleza cerámica, metálica o
pétrea, que se entibaban en los huecos dejados por la carga de ánforas normalmente a proa y popa
de la embarcación. Entre ellas había un producto que tenía un coste de transporte nulo –pues el
barco se fletaba para el vino– y a menudo procedía de los mismos fundi y alfarerías que las ánforas:
nos estamos refiriendo a la vajilla de mesa barnizada de negro, la llamada ‘cerámica campaniense’ y
la cerámica de cocina itálica.
La primera, cuya técnica decorativa es en un primer momento de tradición ática, tuvo una gran
aceptación entre los habitantes de nuestras tierras, toda vez que no eran extraños a este tipo de vasos, pues fueron igualmente receptivos a los de barniz negro áticos y a los de imitación de éstos entre
los siglos IV y III a.C. Ligada al consumo del vino (cuencos y copas), constituyó poco a poco toda una
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EL COMERCIO: RUTAS COMERCIALES Y PUERTOS • JOSÉ PÉREZ BALLESTER
vajilla de mesa con platos, tazas y vasitos como formas más frecuentes. La cerámica de cocina itálica
aportaba novedades tecnológicas: casi toda oxidante (en las tierras valencianas la cerámica de cocina
era reductora, de color gris o negro), soportaba fuertes temperaturas y era apta tanto para el fuego
como para parrilla y horno, lo que pudo ayudar a un cambio en los hábitos alimenticios, línea de investigación que está ahora en pleno desarrollo. Unas y otras, empacadas en cajas con un número que
oscilaba aproximadamente entre las 500 y las 7.000 piezas por barco, constituían un beneficio añadido al de la comercialización del vino. Lámparas de aceite (lucernae), ungüentarios, vasitos para beber de paredes finas, etc., se añadían a menudo a estos cargamentos.
La aparición de pequeños porcentajes de ánforas vinarias griegas procedentes de las islas de Rodas, Quios o Cos, pueden ponerse en relación con botellas (lagynoi) y cuencos decorados con relieves
también de origen griego oriental y fabricados especialmente para el consumo del vino, que encontramos testimonialmente en las ciudades de Saguntum, Valentia, Ilici o Lesera.
Variados bienes de consumo se transportan en los mismos envíos: tegulae o tejas cerámicas, molinos de piedra, etc. Otros muchos no podremos detectarlos nunca, como tejidos (alfombras, túnicas,
velos), especias, animales y ciertamente esclavos.
Procedentes de la costa hispánica de la actual Cataluña, encontramos prácticamente en todos los
asentamientos valencianos costeros unos vasos ibéricos pintados de aspecto cilíndrico: los cálatos,
que mencionamos aquí porque es general la opinión de que se trata de un recipiente para el transporte. Es también el vaso ibérico predominante en el Mediterráneo Central y Occidental, fuera de
nuestra península: Golfo de León, costa ligur, costa tirrénica, Cerdeña, Sicilia y norte de África, entre
el último tercio del siglo II y la primera mitad del I a.C. Análisis recientes confirman lo que ya se sospechaba: el contenido de estos vasos debió ser un producto de panales de abejas: miel o cera, seguramente. Su difusión marítima se hizo a través de rutas comerciales romanas, como se deduce de los
hallazgos subacuáticos y de la precoz romanización del área tarraconense donde se fabricaron.
También podemos encontrar, siempre entre finales del siglo II y la primera mitad del I a.C., tanto
en los pecios como en yacimientos terrestres, vestigios de otros productos alimenticios: aceite y salazón de pescado, aunque en mucha menor cantidad que el vino.
Aceite. El aceite llegaba del Adriático en las llamadas ánforas ovoides brindisinas y de Túnez en
las Tripolitanas antiguas; posiblemente también de Ibiza, en las bicónicas Mañá E (PE 16 a PE 18).
Los tres tipos están bien atestiguados en las excavaciones de La Almoina en la ciudad de Valentia,
siendo las ebusitanas más frecuentes al sur del cabo de la Nau.
Salazón de pescado. La salazón de pescado fue otro de los bienes de consumo que llegan a las costas valencianas entre la mitad del siglo II y la mitad del I a.C.; su procedencia era tunecina y del ‘área
del Estrecho’, que engloba la bahía de Cádiz y puntos de la costa marroquí, como el territorio de Lixus. Se envasaba en ánforas tipo Mañá C2 (Túnez y área del Estrecho) y las CC.NN. o de los Campamentos Numantinos (Bahía de Cádiz), llamadas así por haberse encontrado en los campamentos romanos que asediaban Numancia hacia el 136-133 a.C. En algunos asentamientos costeros estas
importaciones de áreas púnicas superan incluso a los envases itálicos (El Tossal de Manises, La Torre
de la Sal), aunque en general tuvieron un carácter secundario en comparación con las importaciones
de vino itálico. Dado que las importaciones tunecinas prosiguieron con normalidad después de la
destrucción de Carthago, cabe pensar que llegarían ya dentro de circuitos comerciales itálicos.
Época Altoimperial. El vino. Durante la segunda mitad del siglo I a.C. asistimos a una reducción
drástica de las importaciones de vino itálico en el occidente romano, incluida Hispania. Las causas
son variadas, y se explican más por los efectos: una Roma que crece desmesuradamente absorbe
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
ahora la producción de vino suritálico y centroitálico y admitirá cada vez más vino de las provincias;
los viñedos son más competitivos allí, muchos de ellos en manos de personajes romanos de alto
rango (consular) o de sus familias; crisis del sistema esclavista en el ager itálico y desastres puntuales
en viñedos campanos; facilidad de transporte de los vinos tarraconenses, a través del Estrecho de
Bonifacio; auge de la producción vinaria del norte del Adriático, etc.
En Hispania, tras las Guerras Civiles y con Augusto, se aceleró el proceso de romanización, con
la concesión de estatutos coloniales y municipales a numerosos núcleos urbanos. Se estableció un
modelo romano de explotación del campo con la aparición de numerosas villae rusticae, y se dedicaron amplias extensiones al cultivo de la vid siguiendo el modelo iniciado en la Laietania, desde
donde llegaron a nuestras costas ánforas con vinos hispanos desde el 50/40 a.C. (en ánforas Pascual 1,
Dressel 2-4 y Laietanas o Tarraconense I).
En el siglo I encontramos ya testimonios tanto escritos como arqueológicos de la producción de
vino en tierras valencianas. Concretamente sobre el vino de Saguntum citado por Plinio, Juvenal,
Frontón y Marco Aurelio, como un vino popular, ordinario y barato. Estas citas permiten suponer la
producción y la comercialización a larga distancia del vino saguntino durante los siglos I-II, como
bien ha visto C. Aranegui.
Con respecto a las alusiones al vino de Lauro citado por Plinio y documentado en letreros pintados (tituli picti) sobre ánforas de Ostia y Castro Pretorio en Roma, en el actual estado de la investigación parece que se refieren a un vino tarraconense procedente de una localidad con ese nombre localizada en la comarca de El Vallès (Tarragona), aunque se acepta también la existencia de una Lauro
valenciana, que algunos han identificado como la sucesora de la antigua Edeta.
La producción de ánforas vinarias en nuestras tierras es muy extensa, con dos focos muy destacados: Saguntum y Dianium, con sus respectivos territorios. En el ager saguntino se han localizado al
menos cinco talleres productores: ciudad y puerto de Sagunt, Villa del Puig, Villa de Els Arcs (Estivella), y La Punta (La Vall d’Uixó), que quizás junto al Clot de Rascanya en Llíria produjeron ánforas
vinarias del tipo Dressel 2-4. La comercialización de estos vinos saguntinos, como nos indica la dispersión de sus marcas, llegó a las Islas Británicas, el interior de la Galia y Roma y están por supuesto
presentes también en ciudades meridionales como Ilici o El Tossal de Manises.
En el territorio de Dianium se han localizado hasta 15 talleres con hornos para la fabricación de ánforas, entre los que destacan los de L’Almadrava y los de Oliva. La producción de estos talleres se fecha
entre los siglos I-III, con envases para el transporte de vino de los tipos Dressel 2-4, Gaulois 4 (imitación
de las ánforas galas) y Oliva 3, aunque éstas últimas parece que fueron utilizadas para la exportación
de aceite. Estos productos eran comercializados a través del puerto de Dianium y seguramente están representados en los mismos asentamientos alicantinos mencionados para el vino saguntino.
Otros puntos del territorio valenciano registran también talleres anfóricos: El Más d’Aragó (Cervera del Maestrat), Castelló de la Ribera, y recientemente Paterna, con ánforas Dressel 2-4 que apuntan hacia un generalizado cultivo de la vid en las comarcas valencianas excepto en la mitad sur de la
actual provincia de Alicante, donde no disponemos de documentación suficiente.
A su vez, llegaron a nuestra tierra vinos procedentes de la Bética, del área del Estrecho. Se comercializaron en ánforas del tipo Haltern 70, que contenían el llamado defrutum o vino cocido, y a veces
aceitunas conservadas en él. No vinieron en cargamentos homogéneos, sino acompañando a otros
productos como aceite o salazones de pescado.
Salazón de pescado. Producto a base de trozos de túnidos salados que procedía de la Bahía de Cádiz, donde se han localizado más de una treintena de factorías dedicadas a su elaboración que tam-
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EL COMERCIO: RUTAS COMERCIALES Y PUERTOS • JOSÉ PÉREZ BALLESTER
Conjunto de ánforas recuperadas en el litoral de El Saler en la década de los 60. [Foto Archivo SIP].
Pueden identificarse ánforas hispánicas de vino, aceite y salazones; itálicas y galas también vinarias, y africanas de aceite y salazones. Cubren un arco cronológico que está entre finales del siglo II a.C. y el siglo IV d.C.
bién envasarían diversas salsas de pescado. Las ánforas utilizadas son de los tipos Dressel 7-11 y
Beltrán II, y las encontramos desde época augustea hasta el siglo II.
Desde el Portus Ilicitanus (Santa Pola) hasta las costas castellonenses, tanto en hallazgos subacuáticos como en los registrados en las distintas ciudades romanas valencianas, estos envases de salazón y derivados del pescado son una constante durante el período citado.
Aceite. No son muy frecuentes los envases dedicados al transporte de aceite que aparecen en
nuestras costas; se trata casi siempre del ánfora Dressel 20, que transporta de forma masiva el aceite
bético entre la mitad del siglo I y los inicios del siglo III, constituyendo el suministro oficial de Roma
y de sus legiones desde Britania hasta la Dacia. Para el romano, el aceite era un bien imprescindible:
se usaba en la cocina, en fritos, salsas y asados, como combustible de las lucernae, y en el gimnasio y
la palestra de los establecimientos termales para aceitarse el cuerpo y el cabello.
El hallazgo en algunas villae rusticae de instalaciones para el prensado de aceite o vino (torcularia), podría indicar la existencia de un cierto autoabastecimiento de este producto.
Las ánforas Dressel 20 sólo son abundantes en el Portus Ilicitanus aunque están prácticamente ausentes en Ilici, lo que hace pensar en un trasvase de aceite a otros envases (dolia, odres de piel) para
su transporte a la ciudad ilicitana desde su puerto. Muy escasas en el resto del territorio alicantino,
las encontramos entre los hallazgos subacuáticos del área del Saler, un posible fondeadero frente a la
barra o restinga que delimita la laguna de L’Albufera, en consonancia con las que aparecen en Valentia. También en el área saguntina, al norte del Palància, se documenta en algunos fondeaderos,
siendo muy escasa en el denso poblamiento rural romano del interior. El pecio Culip IV (Girona),
muestra que estas ánforas llegarían a nuestras costas en cargamentos heterogéneos desde puertos
como Tarraco o Carthago Nova, o se redistribuirían desde Sagunto, si se confirma su importancia
como puerto principal en esa época.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Sigillatas procedentes de Sagunt (Primus), Anna (Vitalis)
y Bugarra (Sabinus). [Museo de Prehistoria de Valencia].
Marcas sobre Terra Sigillata Sudgálica de los alfareros
Primus, Vitalis y Sabinus, que encontramos en el pecio Culip IV (Girona) y en ciudades romanas del actual País Valenciano, como Saguntum, Valentia, Edeta, Portus Illicitanus
y Lucentum.
Vajilla de mesa. Es ahora el momento de la cerámica
sigillata, es decir sellada o con marca de alfarero, de cocción oxidante y superficie de color rojo vivo brillante.
Las producciones itálicas aretinas de época augustea
son más frecuentes en las grandes ciudades como Saguntum, Valentia, Ilici; pronto son sustituidas por las que
vienen de talleres galos, las llamadas sigillatas sudgálicas que proceden principalmente de La Graufesenque,
localidad situada en las proximidades de Lyon. Su dispersión en Hispania es marítima, como prueban mapas
de hallazgos que se concentran en grandes ciudades de
la costa y penetran capilarmente hacia localidades del
interior, no llegando más allá de 50 km tierra adentro.
La concurrencia con talleres hispanos de sigillata establecidos siempre en el interior: Tricio en La Rioja, Granada, Andújar, Abella y Solsona en Cataluña y Bronchales en Teruel, seguramente impidió una distribución
más amplia. El pecio Culip IV ha demostrado la existencia de este comercio marítimo de sigillata sudgálica,
en este caso partiendo desde Narbo hacia uno de los
puertos de su área de influencia, Emporion, compartiendo carga con ánforas de aceite bético Dressel 20,
más de un millar de vasos de paredes finas también de
la Bética y otras mercancías menores.
Mármoles. A partir de época de Augusto, las ciudades costeras valencianas comienzan a monumentalizarse, utilizando mármoles y otras piedras calizas de
calidad para el revestimiento de edificios públicos y
mausoleos, tallar los repertorios decorativos de éstos,
realizar inscripciones conmemorativas o funerarias y en
menor medida esculturas de bulto redondo. A partir de
Augusto y durante los siglos I y II, llegaron todo tipo de
mármoles de diversas tonalidades, procedentes de los
lugares más lejanos del Imperio. Los mármoles blancos
eran importados sobre todo desde el puerto de Luni, situado junto a las canteras de Carrara en el norte de Italia; otros mármoles blancos usados aquí fueron los del
Pentélico y de la isla de Paros en el Egeo, junto a otros
de canteras hispanas difíciles de identificar.
Muestras de mármoles. [Fot. R. Cebrián]
Se utilizaron en monumentos públicos, religiosos y funerarios romanos del territorio valenciano. Todos son importados, excepto el de la cantera de Buixcarró (Barxeta, Valencia), de cierta calidad y belleza, que fue uno de los más
empleados.
Los mármoles de color que encontramos en el territorio valenciano, procedían de canteras del mar Egeo el caristium o cipollino; chium o portasanta; taenarium o rosso
antico y lacedaemonium o serpentino. De las costas de Turquía llegaba el Phrygium o pavonazzeto y de Túnez el Numidium o giallo antico.
Todos estos mármoles salían de puertos principales
como Nicomedia (Asia Menor), Pireo (Grecia), Ostia o
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EL COMERCIO: RUTAS COMERCIALES Y PUERTOS • JOSÉ PÉREZ BALLESTER
Posible noray o pilón de amarre, hallado en las inmediaciones del Grau Vell (Sagunt). [Archivo SIP].
Por su peso y tamaño no debió estar muy lejos su lugar de uso, quizás en un muelle del establecimiento
portuario saguntino.
Luni, a menudo preparados para obras concretas y ya precortados por canteros en origen. La
importancia de este comercio hizo que durante
los siglos I y II las principales canteras del Imperio fueran pasando a propiedad estatal.
Su alto precio hizo que en las provincias occidentales a menudo se sustituyeran por calizas
locales, como la caliza gris de Sagunt o la bella
caliza marmórea de Buixcarró (Xàtiva).
Será en las ciudades más importantes como
Saguntum, Valentia, Lucentum o Ilici, donde encontremos una mayor cantidad y variedad de
mármoles importados, aunque su uso se reducirá preferentemente a finas placas para inscripciones (sobre todo funerarias), ya que las
piedras locales serán las destinadas a la construcción y embellecimiento de edificios públicos, mausoleos, aras, pedestales e inscripciones de carácter honorífico.
El siglo III y el Bajo Imperio. Es escasa la documentación de síntesis que disponemos sobre el comercio y los intercambios para esta época en nuestro territorio, sin embargo el estudio realizado
sobre los depósitos de ánforas en Ostia de las Termas del Nadador y de La Longarina refleja lo
que debió ocurrir; allí, desaparecen las exportaciones de vino hispano y hay una drástica reducción del vino galo a favor no de caldos itálicos, sino de otros que proceden del Egeo o el Norte de
África. El aceite ya no viene de la Bética, sino de Mauritania tingitana o de la Tripolitania.
Un reciente estudio sobre el conjunto de los recipientes anfóricos del Portus Ilicitanus, muestra
para esta época una actividad importante, siendo el vino la mercancía menos representada seguramente por el desarrollo de una viticultura local suficiente para el autoabastecimiento, pero no
para la exportación, como lo demuestra el hecho de que en el siglo III, la mayoría de talleres de ánforas vinarias valencianos conocidos, con excepciones como L’Almadrava en Dénia, han finalizado su actividad.
Los productos béticos y ahora también los lusitanos, siguen teniendo aceptación: el aceite bético,
escaso en el territorio valenciano, está presente durante el siglo III con las últimas ánforas Dressel 20
y sus sucesoras, Dressel 23, y son frecuentes los productos derivados del pescado, como delatan las
numerosas ánforas Almagro 50 y 51 que encontramos también más al norte en Valentia o en El Grau
Vell de Sagunt.
La gran capacidad productora y exportadora de las provincias romanas de Tripolitania y Mauritania Tingitana en estos momentos de crisis política y social del Imperio, se refleja en los envases del
Portus Ilicitanus con la presencia de ánforas de aceite tunecinas de los tipos Keay III a VII en el siglo
III y con envases más variados pero menos frecuentes para los siglos IV y V. Las importaciones de sa-
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
lazones y salsas de pescado de procedencia africana son más escasas, al estar cubiertas casi en su totalidad por productos envasados en ánforas de la Bética. El puerto del Grau Vell de Sagunt, nos
ofrece un panorama semejante para el mismo período cronológico.
La vajilla de mesa y cocina importada está ahora representada por la Sigillata Africana A, que
aparece prácticamente en todos los yacimientos costeros o del interior de nuestro territorio que están
habitados durante los siglos II y III; lo mismo puede decirse de la cerámica africana de cocina, que
sustituye a la itálica en las postrimerías del siglo I, perdurando hasta el Bajo Imperio. Su transporte
fue necesariamente por mar, acompañando a cargamentos africanos de aceite o derivados de pescado procedentes de allí o bien de puertos principales de redistribución como Gades.
Los esporádicos pero constantes hallazgos subacuáticos de ánforas y otras cerámicas béticas y
africanas, en su mayoría descontextualizados en las costas valencianas entre Sagunt y Cullera, así
como los de Valentia, nos hablan de una relación comercial constante de las comarcas valencianas
con las romanizadas provincias africanas que se tratará más adelante en esta misma obra.
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